Márquez. Es el nombre de la pequeña
urbanización al lado sur de la ribera en la desembocadura del Chillón. La playa
de Márquez está infestada con desechos médicos, domésticos, de construcción, y
algunos tantos más inclasificables. En la parte del asentamiento más cercana a
la ribera, se puede sentir un olor a putrefacción. El río, negrusco, desemboca
en el mar como lo haría el veneno de una viuda negra en tu sangre. Pocos metros
antes de llegar a lo que alguna vez fue una bella playa, podrás distinguir un
lago negro. Desierto como la luna, negro como la noche durante los apagones, su
siniestra tranquilidad solo es interrumpida por pequeñas burbujas que emergen
de la laguna como advertencias de que algo putrefacto se cocina bajo esas aguas
oscuras.
Pero el problema en la desembocadura de este río no está solo en
los desagües y pequeñas industrias próximos a la rivera. Además de la
basura arrastrada desde los distritos de San Miguel y Magdalena por la
corriente marítima, una refinería de petróleo se encuentra muy cerca. Mientras
caminaba con una líder vecinal de Márquez, me comentaba como hallaban
ocasionalmente aves muertas, con las plumas ennegrecidas. O cómo se le ocurría
a algún residente de Márquez meterse al agua en un día caluroso, solo para
salir inmediatamente con el cuerpo cubierto por una grasa negra. Gajes de vivir
en el tercer mundo.
Más información disponible en este reportaje:
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