La garúa invernal de las noches miraflorinas cargaban de sal las fosas nasales de todos nosotros aquella noche en pie de protesta por la llegada de Loula Da Silva al país. En una 4x4 escoltada de unos incompetentes policías, no tan amigos de la filosofía, se refugiaban 3 ratas calidad de exportación de Brasil. Eran Loula, favre y aquel tirano jefe del partido "Socialista" del imperio afrosudaca. Eramos cerca de 200 indignados, muertos de frío, los que sabíamos por donde tendría que pasar Loula para ir de la embajada de Brasil al nuevo aeropuerto de Punta Negra. El frío y las brisas de la garúa no impedirían que logremos nuestro propósito: impedir el mayor tiempo posible que el dictador pseudo-democrático de Brasil saliera del parque Kennedy. Entonces lo decidí. Armándome de valor trepé, apoyado en los hombros de mis connexos, al techo del oscuro y polarizado automóvil y grité lo más fuerte que pude "Muerte al gobierno". Seguidamente pisé el techo del carro y casi podía ver en mi mente las caras de aterrorizado estrés que tendrían los engordados políticos. La gente comenzó a meser el carro como si fuera la pequeña cuna de la recién nacida motivación de cambiar la democracia supuestamente representativa.
Finalmente los esclavos de la ley, con sus insignias oxidadas de pintura plateada, aparecieron en la escena. Con sus estúpidos altavoces y su ridícula manera de hablar, intento fallido de un castellano occidental, nos gritaban para que abriéramos el paso ¿En verdad esperan que hagamos eso? ¿Tan subordinados nos creen? ¿Acaso no han escuchado hablar de la psicología inversa? No tenía caso seguir haciéndome preguntas, los policías no procesan con más de 3 neuronas a la vez. La recién creada "guardia estatal", división de la Policía dedicada exclusivamente a la sobonería de nuestros tiranos, había designado a los más corruptos e innecesariamente mecanizados policías del estado. Intentaban abrirse paso con sus motos, sus escudos de plástico, sus balas de goma y sus bombas lacrimógenas. Lo único que lograron fue exacerbar nuestra indignación.
Una oleada de gritos similar a la que grita gol en los partidos de Perú contra Chile se hizo sentir cuando un grupo de activistas nuestros se abalanzó suicida y heroica mente contra los esclavos ciegos de la tiranía. Entonces uno de los nuestros rompió de un golpe el discreto vidrio polarizado de la todo terreno oscura, fue cuando vimos nuestra primera meta alcanzada: Asustar a aquel saco de pulgas que se hacía llamar presidente del Brasil. Toda la cólera reprimida contra nuestro propio opresor con intenciones reelectivas se liberó contra aquel que hacía lo mismo en el vecino país. Lo dejamos al pobre morado como un camote. Luego seguía el mercenario comunicacional. Con él no tuvimos compasión. Mejor no mencionar lo que paso después.
Fotografía del Parque Kennedy al anochecer |
Cuando la artillería comenzó, algunos de nosotros se dispersaron. No es cobardía, es el instinto innato de supervivencia, incontenible por algunos. No obstante, otros habíamos adherido a nuestro ser el gusto por la adrenalina. Protestar era casi un deporte extremo con su propia Federación Nacional. Pero cuando aquella piedra me cayó y mi sangre fluía como el Amazonas, no tuve otra opción. Me dirigí entonces por Cantuarias a la bohemia calle Alcanfores, paralela a la Av. José Larco. Si llegaba pronto, quizás un bohemio vendedor de guitarras podría refugiarme en su local. Había tanta gente que correr con un caño rojo en la cabeza dificultaba mi visión. Pronto tropezé y todo se difuminó. Se apagan las luces; viajé al siguiente sueño.
Lo que acaban de leer es a adaptación literaria de un extraño sueño que tuve ayer. Me pareció tan dramáticamente explotable que decidí compartirlo con ustedes. Me gustaría recibir sus comentarios y gracias por su tiempo. Hasta Luego :)
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