Juntos salvaremos el Ártico

lunes, 28 de abril de 2014

Niebla sobre la ciudad



Mario estaba harto. Caminaba entre las calles ahogadas en gas. Era ese momento sobre la deprimida calle en que no sabía si su lágrimas eran por las lacrimógenas o por ella. Entre el colchón de nubes salió el sol a calentar su delgado polo afranelado de manga larga. Mario quería gritar, pero nadie oiría su llanto. Las calles estaban desiertas. Bajó entre las calles cercanas a la Av. 28 de Julio hasta Larco. Siguió su senda, casi suicida, hacia el ojo de la tormenta: Barranco.

Mario recordaba sus años felices en casa de sus abuelos. Recordaba también a esa niña 7 años menor, que solía hacerlo sonreír. Recordaba los duendes de aquel jardín misterioso que ya nose veía tan grande como hace 15 años. Finalmente el rojo de sus pupilas roció una lágrima sobre sus mejías. Pronto acabará, se repetía. Hoy las calandrias no cantan, solo me ven de lejos, desapareciendo entre la niebla que vuelve desde el mar. Era una niebla empáticamente melancólica, cálida y fríamente suave, con esa brisa que refresca la nostalgia del mar. Los tormentosos pensamientos no dejaban de atormentar su atormentada cabeza mientras la tormenta de niebla y viento batía para atormentar sus cabellos. De pronto, por sobre el blanco confuso del invierno, Mario reconoció los rostros esperanzados de un grupo de activistas.

Caminando volteó hacia Miraflores, desierto del miedo. Ni un alma indiferente a la revolución. Ni un alma con ellos. Ni un alma en los edificios babilónicos. Simplemente todos se habían largado a lugares más "seguros". Presentía no volver jamás. Quizás lo que más le dolía no era el no haberla visto más, sino las insinuaciones de porque ella no estuvo ahí cuando él lo esperaba. De todas formas eso no importaba ya. De todas formas él planeaba morir hoy. La policía paramilitar había tomado Chorrillos. No tardarían en llover en Barranco. Y así lograran sobrevivir, San Isidro no estaba tan desierto como Miraflores.

Suenan las primeros disparos. No de lacrimógenas precisamente. Ests no eran tan pasivos. Mario se ajustaba inútilmente su leal bufanda roja, remojada en vinagre, hacia su fría nariz. La neblina se había intensificado. Ni Mario, ni su gente, ni los perros de la casa abandonada donde se habían atrincehrado podían ver más allá de 20 metros hacia el frente.

Continuará  ;)

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