Armando sonrió bajando la mirada hacia el suelo, debajo de aquella luz blanca omnipotente del concurrido centro comercial. Mantuvo esa sonrisa frígida, como una foto congelada que va perdiendo el brillo. No quiso levantar la mirada hacia sus 3 compañeros, risueños, en la puerta de salida. No pasaba nada con Armando: Ese era el problema. Era Armando, tras años de aislamiento intelectual con sonrisas pintadas debajo de su nariz. Armando, o desarmando,comprendió que su lucha, su idealismo, su pasión, no servían de nada en el mundo del neón, de los charcos, de la lluvia ficticia de una ciudad diseñada para ignorarlo. Decidió irse ¿Pero cómo? ¡Qué podía hacer yo contra el monstruo de luces segadoras! Tan segadoras que no cegué porque no tenía ojos, y cuando los tuve fue muy tarde para quedar ciego, como los otros. Armando miró hacia el fondo. Dime que ves. Veo un árbol. Un árbol, nada más, un simple y estúpido árbol. Pero, hermoso. Armando tenía un talento especial. Podía ver la belleza, aún escondida debajo de la rojiza amarillenta luz del bruto tungsteno urbano. Armando no lo entendía aún, pero yo, el árbol, lo llamaba hacia mí. El silencio del parque fue interrumpido por el oxidado ruido del transporte público. Me amenazaba: O corría o te dejaba. Filosofía combi.
Un sol cuesta el maldito pasaje, un óvolo para el barquero Caronte. Y aquí otra vez: la maldita filosofía griega sobre mi emplumada cabeza, en una caja que se mueve por el asfalto barato mojado. Entre la crueldad del motor, Armando se aislaba detrás de una gota de garúa. Sentía la brisa de primavera nocturna sobre los cuatro pelos que dibujaban su barba. Bajé, yo y mi tropa imaginaria. Caminaba entre barrios bohemios abandonados y la realidad golpeante de una calle miraflorina. Quizás no entiendas de que hablo, entonces sabes que se siente.
En el techo surrealista, oscuro, soñador y apasasionado; se dibujaban cual lienzo figuras hermosas invisibles que Armando intentaba ver pero no podía. Es lo gracioso de lo invisible: sabes que está ahí pero no puedes verlo. Armando prendió la luz y encendió el parlante. Led Zeppelin era Morfeo en las noches dibujantes. Amaneció entre ese olor a nubes y a madera humedecida por la brisa tímida de la ciudad costera. Para fortuna de Armando, era sábado. A las 9. Escaleras. Bicicleta. Semáforo. El freno. La bocina. Por fin. El parque. Y entonces te vi, estuve ahí todo el tiempo. Yo era el árbol y el árbol era el árbol; y del árbol salía yo. Pequeño intento de hierba emergente de la corteza, abriste los párpados para entender que somos parte de mí.
Con cariño
-El Árbol
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