Juntos salvaremos el Ártico

jueves, 2 de enero de 2014

El destello de no saber


No se. No se que pasó ni que pasará. Si es que acaso tu sonrisa era para la derecha o para la izquierda. No se si te escribo a ti o a alguien más. No se porque tus cabellos rozaron mi pecho, cuando. Cuando. Cuando mis ruidosos ojos. Cuando mis brillados ojos miraban, y reventaban, y entonces. NO. Mario no puede pensar. No puede recordar. No puede respirar. Ni si quiera puede mirar. Porque Mario, sí ¿Mario? Mario temblaba al ver la explosión. Pero no temblaba de temor, temblaba de emoción. No todos los días del año la luz muere de emoción. Efímero. Así fue. Tan efímero como un fuego artificial. Tan efímero como un cohete ilusionado. Directo para subir a la incierta oscuridad de la última noche. Pero suficientemente ingenua para morir antes de alzar su vuelo. Así era Mario. En ese momento, efímero, Mario recordó que ese momento ya había pasado, yo ya lo había vivido. Solo estaba frente al maldito teclado, de la maldita computadora, en mi maldito sitio web que nadie lee. Nadie excepto Mario, claro. "Claro que es más caro". Por eso a mi teléfono se le acaba la batería en la última noche. Anti publicidad pura.

Quizás piense que soy un imbécil. Quizás piense que soy un gran amigo. Quizás ella, sambullida en la confusión propia de la ciudad de la niebla, se fijó en esa mirada mía (EFÍMERA) sobre el reflejo de sus ojos. Y aquí esta la clave. Yo no miraba sus ojos. Miraba el reflejo de sus pupilas. Lo dejo a tu criterio, si algún día me llegas a leer. Esto lo escribo para la hija de la nieblina y el frío. En la última noche. Viva el che y los rolling stones.

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